Investigando más a fondo sobre el dióxido de cloro, encontré información diversa, desde testimonios personales, hasta proyectos de investigación y también la existencia de diferentes protocolos para su uso. La experiencia de Jim Humble en la Amazonia y la cura de la malaria con el clorito de sodio. Las teorías y practicas de Andreas Kalcker, biofísico alemán que llevaba muchos años investigando ésta substancia. Conferencias de Teresa Forçades, médico y científica catalana que mencionaba las virtudes del dióxido de cloro.
Sin embargo, pude también encontrar testimonios en contra de su uso, afirmaciones de que el dióxido de cloro era lejia-lavandina, un veneno que si se ingería podría llegar a causar la muerte y que todas aquellas virtudes que se proclamaban eran un simple engaño.
Después de hacer una evaluación exhaustiva de la información obtenida, habiendo comprendiendo el proceso de oxigenación y oxidación que el dióxido de cloro podría procurar en mi organismo y al rechazar la idea de someterme al autotrasplante de médula, decidí hacer uso de esta substancia de forma muy cautelosa y siempre según los protocolos recomendados.
Lo primero que advertí fue que no me producía ningún efecto negativo, sino más bien, al cabo de aproximadamente un mes, mi mejoría era evidente.
Regresé a Barcelona para una revisión y en un PET/TC el resultado fue que el tumor aún estaba presente pero parecía estar encapsulado, vale decir sin actividad alguna. Han transcurrido siete años desde entonces y hoy llevo una vida normal.